
Este pueblo del Meta es famoso por una masacre, aunque pocos saben dónde queda. Aquí, su realidad.
De Mapiripán todos saben poco. Dónde queda, cuánto se demora un carro desde Villavicencio o Granada, cada cuánto aterriza una avioneta, o llega una lancha o una camioneta; cuál es el estado de la carretera, si tiene servicios públicos o no, cuántas víctimas dejó la masacre de 1997. El que no ha ido a Mapiripán -incluso muchos de los que viven allá- no sabe contestar a esas preguntas. Todo es un misterio.
En ese pueblo a orillas del río Guaviare, donde el clima es una bocanada de polvo caliente que se pega al cuerpo, la gente solo tiene una preocupación: la carretera que los saca de allí. Y solo tienen un pasado: una masacre por la que la memoria del país corre entre la verdad y la mentira.
-Lo que hablan de la masacre, de toda esa cantidad de muertos, es falso -dice Yobany Guarín, concejal del pueblo, hombre moreno de un metro con 75 centímetros, 41 años y testigo de todo desde los 14-. Aquí cuando la masacre, hubo 4 o 5 muertos, lo que pasa es que en el área rural fue otra cosa. En Puerto Alvira sí hubo más, quemaron gente y todo. Aquí por todas estas tierras hay gente enterrada, porque todos los días asesinaban. Pa'donde se oriente, por toda esa sabana, hay cualquier cantidad de muertos, pero eso no se ha visto porque a la gente le da miedo.
Es sábado. Ocho de la mañana. El sol se ve trémulo sobre las aguas del río en el que los pescadores pueden sacar hasta 40 arrobas diarias de cachama y dorado. Ese cementerio que se tragó tantos muertos.
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El día anterior en la mañana, Tito -hombre de un metro con 65 centímetros, 42 años, metense, poco pelo aunque no calvo, brazos gruesos, piel blanca y pañitos húmedos para limpiarse el sudor; conductor de una camioneta Dimax blanca y que viaja a Mapiripán desde Granada hace más de 14 años- mira el cielo hacia el sur y ve las nubes oscuras que juntan ganas de llover.
-Hoy nos demoramos ocho horas hasta Mapiri.
Las cuentas eran distintas. Durante la semana decían que desde Granada -capital del Ariari, a dos horas de Villavicencio- el viaje a Mapiripán duraba tres horas y media, o cinco o seis. Parece que nadie sabe dónde queda Mapiripán.
Tito amarró encima de su camioneta cajas de cerveza, víveres, maletas. Aparte, a un lado, al alcance de la mano, una pala, un machete y tres gatos hidráulicos. La carretera le dará la razón de tanta preocupación, el tiempo no.
Vía San José del Guaviare, Mapiripán es un punto que no se ve a la izquierda de la carretera, una recta que se prolonga hasta donde la vista alcanza, a lado y lado los cultivos: plátano, maíz, yuca, maracuyá y palma de aceite, mucha palma de la que se obtiene biodiésel. En el camino se ve el ganado vacuno, brahman blanco -carne de primera-, que pasta en hectáreas y hectáreas que son como montañas de tierra hechas con la mano, en una palabra: erosión. En el Meta hay cerca de 1 millón 800 mil cabezas de ganado que ocupan dos hectáreas de tierra por animal -así pesa en datos de la Secretaría de Agricultura del Departamento-.
Tito cuenta que en otro tiempo estas tierras, que conoce de siempre -nacido en San Martín, criado en Granada, hijo de un transportador intermunicipal-, eran totalmente ganaderas y que con la llegada de grandes empresas la vocación productiva empezó a cambiar.
La carretera pavimentada, que durará unas tres horas hasta el desvío a Mapiri, está bien asfaltada, excepto por unas manchas negras que van apareciendo por la quema de vehículos. Cuentan los transportadores en Granada que a las Farc hay que pagarles una cuota cada año para evitar tales represalias, los carros más pequeños -camionetas y camperos- pagan 800 mil pesos, los más grandes hasta 2 millones.
-La última vez que me tocó ver un bus quemado, los guerrilleros iban como pasajeros y en medio del camino se bajaron, desocuparon el bus, lo incendiaron y se perdieron por el monte -cuenta Tito.
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La de Mapiripán es una historia infortunada. La historia de una masacre, dos masacres, no se sabe cuántas masacres; guerrilla y paramilitares que atentaron contra los civiles; un pueblo sin carretera, con pista de aterrizaje sin aviones, con siete iglesias de distintos credos, con un puesto de salud y sin hospital; rico, porque se cosecha maíz, maracuyá, palma, y hay ganadería y pesca. Más allá de eso, Mapiripán tiene poco, solo 160 policías y un batallón del Ejército.
Si se le conoce a Mapiripán -como se sabe de otros pueblos perdidos del país- es por la masacre que empezó el 14 de julio de 1997 con la llegada de las Autodefensas desde el Urabá antioqueño y Córdoba, en aviones y con la ayuda de las Fuerzas Militares, como comprobó la Fiscalía en 1999.
-Eso fue un lunes, no se me olvida. Vimos que habían llegado militares al pueblo y creíamos que eran del Ejército, pero empezaron a 'atarvaniar' a la gente y después pintaron las casas con letreros que decían que eran las Auc de yo no sé dónde -dice Nelsy, que vive hace 20 años en el municipio de cuatro calles y ochocientas casas-.
Esa tarde corrió la noticia: quien estuviera después de las seis en la calle se atenía a la suerte que decidieran los 200 paramilitares.
-Pasaron los días, no sé cuántos. La cosa es que ellos mataron a dos personas y uno de los cuerpos salió a flote en la zona de los pescadores, porque lo abrieron pero no le sacaron lo de adentro, entonces flotó y como cinco personas lo recuperaron, ahí llegaron los 'paras' y los amenazaron, volvieron a tirar el cuerpo al Guaviare y se llevaron a dos pescadores... Nunca aparecieron. Fue tal vez el viernes en la noche que escuchamos muchos gritos, gente que decía "socorro, socorro", pero nadie se podía asomar porque también lo sacaban. Esa fue una noche horrible. En la mañana, cuando salimos, estaba el cuerpo de Rónald a la entrada del pueblo, tirado, le quitaron 'la morra' -Nelsy se toma la cabeza y se pasa un dedo por el cuello- y la pusieron en un nido de comején.
Hablar de esa masacre está casi prohibido en Mapiripán. A la señora de la panadería, a la de la cantina que lleva dos años en el pueblo, a los pescadores, a los concejales, todos se azoran apenas cuentan la historia. Susurran, miran a los lados, dicen que por esos días estuvieron en Villavicencio. Pero sí recuerdan otros episodios.
-Fue en 1995 cuando se metieron aquí como 500 guerrilleros, eso ni siquiera lo mostraron en las noticias, porque aquí no ha venido nadie, y el que viene, viene en avión y al rato se va. Aquí había 32 policías que resistieron, mataron dos, y los otros se rindieron; los empelotaron, se lo juro porque yo lo vi, y les pegaron una pela con correas que les dejaron esas nalgas reventadas. Después los hicieron desfilar por todo el pueblo. -Así describe una mujer de 46 años y 23 de ellos en Mapiripán, cómo las Farc tenían el control del territorio.
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Después de dos horas de camino, la camioneta vira a la izquierda y se abre paso entre los potreros inmensos de una carretera destapada de tierra colorada que hasta el momento no tiene fin posible. Según las cuentas de Tito, al viaje le quedan cuatro horas, entonces esta trocha va a durar hasta las 3:30 de la tarde -son las 11:30 de la mañana.
Media hora antes, Tito prefirió parar a almorzar, porque vendrá el pantano. Una carretera truncada que es un largo muladar en el que los caminos se bifurcan entre los pastizales cercados por palmas abandonadas.
-Esas eran las tierras de "Cuchillo". Dicen que después de que se instaló aquí llegó a tener más de 5.000 hectáreas. También tenía ganado -comenta Martha, que va en la camioneta con su hijo.
Pedro Oliverio Guerrero Castillo, a él se refiere Martha cuando habla de "Cuchillo", jefe del Ejército Revolucionario Popular Antiterrorista de Colombia (Erpac), que cayó en combate con el Ejército el 28 de diciembre de 2010. "Cuchillo" fue jefe del Frente Héroes del Guaviare del Bloque Centauros de las Autodefensas, que llegó al Meta después de la masacre de 1997. Luego vino su expansión, de la que son testigos José Rey Lara y su esposa Inés Sánchez.
Inés tiene sueños reveladores y tiene la piel morena y lunares en la cara; 62 años y 40 de matrimonio, los mismos que tiene de ser evangélica, de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia. Es taciturna. Tuvo, como es propio de los profetas, una pesadilla muy particular: sobre una pequeña montaña que está detrás de su finca -entonces 300 hectáreas y 130 cabezas de ganado- vio una fila de uniformados, pañoleta en la cara y armas colgadas.
-Estaba haciendo los destinos y llegaron ellos a preguntarme cuánto se demoraban de aquí para abajo hasta llegar a una vereda que no recuerdo, y no les supe decir y por eso me iban a matar. Estaba sola. Todo fue como el sueño, una fila larguísima de paramilitares.
José se acuerda de más, de que él llegó más tarde y ahí fue cuando se le llevaron todo el ganado que tenía. No le dejaron nada, y nada para un campesino es irse de su tierra.
-Me desplazaron, la guerrilla dos veces y los paras una vez. En el 2000 la guerrilla nos hacía salir a las malas para que nos fuéramos a los paros en San José (del Guaviare). Amontonaban la gente como 20 días. Ya con los paramilitares, como no nos dejaron de qué vivir, nos fuimos, es que se llevaron hasta las gallinitas.
La casa de esta pareja, que lleva el evangelio en la boca, está en una vereda de nombre imposible: Trin; es de tablas pintadas de azul cielo y chambranas rojas; tiene piso de barro y las camas son hechas con palos. No hay electricidad ni acueducto. Camino a Mapiripán todas las viviendas son iguales: sin servicios públicos.
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Faltando unos minutos para las ocho de la noche, Tito da, por fin, el aviso de que Mapiripán está a tan solo cinco minutos. En los potreros solo se ven las luciérnagas que en clave rompen en silencio el velo de la noche. Hay una guadua atravesada en medio de la carretera y más allá una trinchera que se verá mañana con la luz del alba. Sale un Policía entre las luciérnagas y pide las cédulas, sale del mismo lugar donde 12 años antes los paramilitares dejaron abierta ante el cielo la cabeza de Rónald.
Han pasado, desde el desvío, 86 kilómetros y ocho horas. El viaje duró, en total, 10 horas y media. El carro se pegó una vez y para sacarlo del lodazal Tito usó la pala, el machete y los gatos. Se pasó una quebrada encima de un planchón artesanal que los indígenas jiw construyeron y que mueven con su propia fuerza jalando un lazo amarrado de orilla a orilla. Los indígenas no gustan de las cámaras: -Tomar foto, quemar camioneta-, aunque si se les paga, acceden. Las condiciones de la carretera obligan a que la camioneta no supere los 30 kilómetros por hora, a que el camino se corrija y se tomen atajos por los potreros.
En Mapiripán solo quieren condiciones, una carretera. Sin carretera, dicen, no pueden sacar la producción de plátano que están por cosechar.
-El Estado no nos da una posibilidad de trabajar con el cultivo lícito porque se sabe que es volumen de toneladas para ganar. Tenemos unas 80 mil matas de plátano y por esa carretera no se pueden sacar. Cuando había coca no se peleaba por las vías, porque dos millones de pesos es un kilo y eso lo llevan a donde sea -sostiene Jairo Antonio Quevedo, presidente del Concejo municipal y dueño de una finca.
En un contrato fechado del 29 de marzo de 2011 la Gobernación del Meta le adjudicó al Consorcio Vías de los Llanos el mejoramiento de la carretera que lleva a Mapiripán y de la calle principal del municipio, por 5.998 millones de pesos. Todavía no hay resultados. El municipio solo tiene dos calles pavimentadas: la de la Alcaldía y la mitad de la que conduce al puerto.
-En este momento se está trabajando en el mejoramiento del alcantarillado de la vías, esperamos que todo esté listo el otro año. Estamos esperando que pase el invierno -advierte el alcalde Jorge Iván Duque Lenis, del que dicen en el pueblo, pasa por la carretera pero por encima, en avión. Él mismo cuenta que solo la recorre cuando la seguridad se lo permite.
El problema no es solo la carretera, alguien sugiere que mientras se está en el pueblo hay que tener cuidado porque los paramilitares están adentro -así, sin eufemismos: paramilitares-, sugiere que si hay problemas se le llame porque conoce al 'duro'.
-No más, aquí cerca, usted se los encuentra, uniformados.
-¿Son bandas criminales?
-No, de eso aquí no hay, aquí desde el 97 solo hay paramilitares que protegen la coca.
De regreso -los caminos de vuelta siempre se hacen más cortos, pero este no-, Tito se demora 12 horas hasta Granada, un recorrido que se podía hacer en máximo cuatro horas. Atrás quedaron las fincas aún abandonadas, las palmas a las que se les metió el monte, los paramilitares que en una curva vigilaban la mitad del camino hasta la tierra del olvido.
ANTECEDENTES
VÍCTIMAS DE LA MASACRE
La masacre de Mapiripán ha suscitado controversias por el número de muertos que dejaron los paramilitares. El pasado 29 de noviembre, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) excluyó a Mariela Contreras, sus hijos, su esposo y su consuegro de los procesos de reparación, pues se presentaron como afectados, lo que resultó ser mentira.
En 2005, el Estado fue condenado como responsable por la masacre, de la que las víctimas oscilan entre seis asesinados y 49.
EN DEFINITIVACamino a Mapiripán se escuchan las historias de un pueblo que se conoce por la estela de violencia que lo azotó. Hoy sufren por una carretera sin la que están confinados al olvido.