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Mina antipersonal puso a volar los sueños de Óscar

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HACE NUEVE AÑOS Óscar Darío Arias era un campesino sin sueños y se conformaba con vivir cultivando la tierra. Era feliz. Pero una mina antipersonal lo dejó sin visión y sin manos. Hoy vuela alto, estudia en la universidad.
Dos caminos le quedaban en el horizonte a Óscar Darío Arias cuando, en un instante, se vio ciego y amputado de sus manos: esperar a que Dios se lo llevara de la vida o emprender un nuevo proyecto que le permitiera volver a ser feliz, como lo había sido hasta el día de la desgracia.

-Nunca pensé en quitarme la vida, pero sí de pronto que Dios se acordara de mí-.

Lo pensó -muy normal- en el primer instante, en el claroscuro en el que se sumerge la vida cuando el destino la tuerce para el lado malo.

Y más cuando él, hasta ese día -15 de mayo de 2003- era un campesino feliz. Un muchacho de sólo 25 años que araba el campo, en el caliente y agitado Puerto Berrío.

La mayor parte de su familia (sus padres y 11 hermanos) ya estaban en Medellín, pero él no tenía ambiciones y no quiso venirse a la ciudad.

Machete al cinto, cultivando se sentía bien y a pesar de estar en una zona de conflicto, nada debía, nada temía.

-Estaba trabajando, cuando mandé el machete y lo que sentí fue una explosión. No perdí el conocimiento-.

Es decir, en menos de un segundo, el campesino fuerte y vigoroso y amante de la tierra, se halló con la vista nublada y sin sensaciones en sus extremidades superiores.

Óscar relata que en ese instante, aunque supo que había golpeado una mina, imaginó que de pronto en los ojos tenía tierra que había volado con la explosión y que bastaría limpiarse para volver a ver.

De la falta de sus manos no se percató al instante.

-No sentía nada de los codos para abajo, pero no tenía claro lo que había pasado-.

Estaba con dos compañeros y ellos, aunque ya conocían el estado en que había quedado, prefirieron no decirle nada y corrieron a llevarlo a buscar asistencia médica.

Pero qué va. Muy pocas veces una mina perdona. Y esta le explotó a Óscar en sus propias barbas y es tal vez un milagro que no haya perdido otras partes de su cuerpo e incluso que quedara vivo.

Y fue pensando en eso, en que si Dios le dio la oportunidad de vivir después de semejante accidente, él no podía defraudar al que era su guía llevando una existencia indigna, marcada por el pesimismo. Por eso no duró mucho hundido en la depresión.



Capítulo de superación
Casi nueve años después de esa torcida del destino, ya con 33 años, Óscar mismo se pregunta por esa paradoja de la vida: ¿por qué vino a darse cuenta de que era un soñador, un hombre lleno de ambiciones y metas, sólo después de su percance?

-Uno en el campo no sueña nada, pero trabajando se siente bien, es feliz-.

E infiere que si no hubiera pasado nada, tal vez allá estaría, en la vereda Socorro, donde le estalló la mina.

Pero es que a él sólo le quedaba una verdad: la vida para un labriego invidente y sin sus dos manos se vuelve un imposible. En el campo no hay herramientas de superación y en esa condición, se acaba hasta la esperanza.

-No hubo de otra, decidí venirme a Medellín, acá estaba mi familia, mi apoyo-.

Y como no nació para recostarse, ciego y amputado emprendió camino. Decidió terminar bachillerato y empezar a soñar con una carrera, por qué no, si se sentía inteligente y con mucha capacidad para sobresalir.

Dos hechos lo sacaron del cuarto del dolor. El primero, una amiga de nombre Maribel que le dijo que en la vida había muchos discapacitados que llevaban vidas ejemplares, estudiaban, trabajaban y hacían grandes obras. El otro: las ganas de asistir a una capacitación para docentes y personas con discapacidad, pero exigían mínimo bachillerato y él no lo tenía.

-Me dije: esto me va a pasar varias veces en la vida. Lo mejor es prepararme-.

En poco tiempo, terminó el bachillerato. Luego hizo cursos y tecnologías. Y le quedó tiempo para presidir una asociación de víctimas de minas antipersonal y tener un equipo de fútbol.

Es decir, la vida se le puso a mil. Y en esos carrerones, se presentó dos veces a la universidad a estudiar, pero no pasó. Hasta el año pasado, cuando les dieron una gabela a un grupo de invidentes que habían hecho, como él varios intentos por ingresar al Alma Máter.

Óscar logró pasar. Fue uno de los cinco beneficiados y hoy estudia Licenciatura en Ciencias Sociales. Eligió esta carrera porque, dice él, tiene áreas enfocadas a ayudar al ser humano.

-Cuando sufrí el accidente no tuve ayuda sicológica y veo lo importante que es eso para ayudar a los demás-.

Y ahí va, con su costal de sueños. Sin rencor, "porque si uno amasa odio se mata uno mismo". Sin venganza, "porque todo esto obedece a un problema social muy grande que hay que superar".

Y esperando, en cuatro años y medio, culminar su carrera y empezar especializaciones y maestrías.

-Nunca voy a parar, no soy de los que se conforma-.

Óscar, soltero y con una hija de 14 años, hace todo solo. Camina por su barrio. Se sube al metrocable y al metro y estudia de igual a igual, sin pedir gabelas.

-Si estoy reclamando inclusión, no puedo pedir preferencias-, afirma. La única ayuda que esperaría sería unos injertos de manos, algo que de sus recursos le sería imposible.

Y en una frase resume lo mejor de su vida: "el dolor fue mi maestro". Y eso es él, un maestro. Alguien que le deja una enseñanza a todo aquel que se lo encuentra en el camino...

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